Información sobre el Vaginismo

Sexología
“Espera, espera, que me duele.
espera..., ahora, venga, empuja.
Para-para-para-para!!!
Es que no puedo. Es... como si me cerrara.
Es que me duele. Y como si me quemara.
En la entrada. Como si me fuera a romper.
Espera un poquito...
Ahora, venga.
Para-para, que no puedo.
Ufff!!!, qué agobio. No sé qué me pasa...
Nunca lo conseguiremos”.
“¿Y qué hacemos?
Llevamos así ya mucho tiempo.
Yo ya no sé cómo ayudarte”.
Cuando la penetración es imposible, hay que pedir ayuda...
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Duele, cada intento de penetración, duele. Y mucho. Al principio pensábamos que con el tiempo lo iríamos resolviendo. Pero resulta que el paso del tiempo -de tanto tiempo- no ha mejorado ni un ápice las cosas. Es más, las ha empeorado. Porque cada vez lo intentamos menos. Porque ya no tenemos ni ganas de estar juntos. Es lógico. Si duele, a nadie le apetece pasar semejante trago. Encima para no conseguir nada. Y encima para quedarte con una sensación de frustración, de no poder, de ser más raros que un perro verde, de que nunca lo conseguiremos...

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El denominador común es el dolor. Y el miedo. Siempre el miedo. El miedo a que se repita lo de la vez anterior. Y ya casi ni lo intentamos. Por miedo. En realidad ahora ya no es dolor, puesto que hemos dejado de intentarlo, sino miedo a que me vuelva a doler. El miedo al dolor desanima tanto como el dolor mismo. El sexo es placer, y el dolor desanima a cualquiera. Es lógico: no somos masocas. Pero queremos intentarlo. Pero no podemos. Y ambos nos ponemos cada vez más nerviosos. La relación sexual se convierte en forzada y dolorosa. Por lo tanto, temida. A evitar lo más posible. Lógico.

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Frustración y pérdida de autoestima

En una cultura en la que el sexo gira casi exclusivamente en torno al coito, el que una pareja no pueda hacer la penetración es espectacular. "¿Por qué todo el mundo lo hace y nosotros no podemos? ¿Es que no sabemos? Pero si hasta los perros y las vacas lo hacen y sin tanta contemplación... ¿Será que estoy mal hecha?". Y lo viven con frustración, con una enorme frustración.

Y la autoestima de los dos queda dañada. Muy tocada. Ella pensando que estará mal hecha. él pensando que es un inútil. Y ambos pensando que eso no les puede pasar a nadie más que a ellos. Que son los únicos (o casi) en el mundo que no puedan hacer algo tan sencillo como la penetración.

Al deseo de incluir la penetración en el repertorio de sus juegos sexuales, hay que añadir otras veces el deseo de un hijo. Y claro, en estas condiciones... Ellos quieren un hijo, los padres y amigos les hacen preguntas... y ellos tienen que inventarse excusas del tipo: "Es que no tenemos pelas... mejor un poco más adelante...", mientras por dentro están pensando que si supieran que ni siquiera pueden hacer la penetración...

El hecho es que están metidos en un atasco, en un buen atasco. A ella le duele, él no sabe qué hacer, cada intento termina con lágrimas, cada vez tienen menos relaciones sexuales. Cada vez están más perdidos. Y el tiempo pasa. Pasa inexorablemente...

Epidemia

Pues bien tal vez haya que empezar por señalar que no eres la única, sino que eso mismo les pasa -por múltiples razones- a no pocas mujeres. Y es lo primero que debes saber. No por aquello de "mal de muchas, consuelo de tontas", sino porque a la tensión propia del hecho de no poder hacer la penetración, se le añade el pensar que eso sólo te pasa a ti, el pensar que eres más rara que un perro verde, que tu hermana, tu prima, tu cuñada o tu vecina lo hacen sin más complicaciones y que tú no puedes.... Todo ello te genera una ansiedad adicional que termina convenciéndote de que tal cosa únicamente te pasa a ti, de que estás mal hecha, de que tienes un defecto de fabricación, o de que tienes una vagina muy pequeñita. Lo dicho: que eres más rara que un perro verde.

Lo que ocurre es que estas cosas no se comentan, y por eso cada cual cree que es la única a la que le pasa. Por eso es importante que sepas que no es cierto, que aunque no lo vayan diciendo por ahí, también a otras les pasa lo mismo. Probablemente tampoco tú lo vas diciendo... Pues las demás hacen lo mismo, aunque les pase.

Son muchas las parejas que acuden a consulta después de varios meses -o incluso varios años intentando la penetración. El problema siempre es el mismo: al intentar la penetración, a ella le duele. Lo intentan una y otra vez..., pero le duele. Durante el juego sexual están bien, a gusto, relajadas, incluso se excitan, se masturban y se corren. Pero en cuanto se ponen a intentar la penetración, todo cambia: se ponen tensas, nerviosas, sudan... y se «cierran». Ellas desean la penetración, la desean con todas sus fuerzas, pero... se cierran. Y les duele. Y lo vuelven a intentar. Y les vuelve a doler. Tal vez lo que más les desconcierta es el porqué.

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Las causas del dolor en la penetración

Las causas pueden ser múltiples. Cada persona es diferente, cada pareja es diferente, cada situación es diferente, y las causas son también diferentes.

Juego sexual pobre

En ocasiones es fruto de una total falta de información. Una vez más, por desconocimiento. Otras por basar todo el encuentro sexual exclusivamente en la penetración. Parecería como si para algunos fuese plato único. «Aquí te pillo, aquí te mato». Lo increíble es que todavía haya mujeres que se vean obligadas a soportar este tipo de sexualidad. Un juego sexual torpe, pobre, falto de imaginación y hasta de afecto trae consigo una falta de lubricación vaginal. Sin juego no hay excitación. Y sin excitación, la vagina no se lubrica. Y tratar de penetrar en una vagina seca produce dolor.

Es como si me cerrara

Pero otras muchas veces, a pesar del juego y del afecto, a pesar del cariño y de toda la paciencia del mundo, la penetración sigue siendo imposible. Porque duele. Y cualquier intento viene acompañado de un dolor intenso que les impide seguir intentándolo. Pero ¿por qué?

A veces se ha querido explicar como consecuencia de graves episodios sexuales traumáticos que hubieran provocado un rechazo de esa mujer hacia los hombres y hacia la penetración. Y para ello se ponían algunos ejemplos. Durante algún tiempo se pensó que esa era la causa y que el dolor era la forma de expresar el rechazo. La mayoría de las veces no aparecía por ninguna parte el supuesto episodio traumático. Y entonces se recurría a aquello de que si la mujer lo habría borrado de su memoria y lo habría relegado al subconsciente. Traumas que habría que encontrar, revivir y analizar, si es que se quiere resolverlo satisfactoriamente. Sí, esas cosas se decían.

Sin embargo, la realidad es terca y hoy sabemos que eso no es cierto, sabemos que salvo en contadísimos casos muy excepcionales, las razones reales no tienen nada que ver con supuestos episodios traumáticos. Ni con hipotéticos rechazos inconscientes hacia los hombres. No, nada que ver. En la inmensa mayoría de los casos, no ha habido nada de ello. Y de hecho, en la Clínica Askabide llevamos 30 años resolviéndolo satisfactoriamente sin necesidad ninguna de recurrir a supuestos traumas infantiles, ni a supuestos rechazos inconscientes.

Atrás -muy atrás-, en viejos y ya amarillentos tratados de una psicología rancia y caduca quedan aquellas viejas teorías de que el vaginismo es un síntoma que pone de manifiesto un rechazo inconsciente hacia los hombres, o las que hablaban de macabros traumas infantiles. Esas viejas teorías ya son historia. Las mujeres que acuden a consulta porque les duele cada vez que intentan la penetración, suelen ser mujeres normales y corrientes, sin más traumas que cualquier otra persona, mujeres afables, cariñosas, enamoradas, y que realmente desean la penetración. Sólo que les duele, y no pueden. Pero vaya que si quieren. Lo desean con todas sus fuerzas. Sólo que no pueden.

Las causas reales de la inmensa mayoría de los casos de vaginismo son mucho más culturales que debidas a episodios traumáticos. Se ha magnificado y tabuizado la penetración. A no pocas mozas les han contado semejantes barbaridades y majaderías, les han dicho que le va doler muchísimo, les han metido auténtico pánico al embarazo y al parto, que en cuanto se acerca el momento de la penetración, le entra semejante miedo, se le desboca el pulso, suda como si estuviera en la sauna, le tiemblan las piernas y lo único que realmente desea es salir corriendo. Y se cierra, vaya que si se cierra...

Lo que en realidad les ocurre es que al intentarlo, cierran su vagina a cal y canto. Por miedo al dolor. Desean la penetración, quieren relajarse, abrirse, pero no saben cómo.

Las razones reales suelen ser de dos tipos:

  • Bien por el pánico que en ellas han provocado mil historias que les han contado.
  • Bien porque su himen es algo más grueso o más fuerte y no termina de abrirse espontáneamente.

Lo que en realidad ocurre es que sin quererlo la mujer se cierra.

  • ¿Qué se cierra? Se produce una contracción -involuntaria- de la entrada vaginal.
  • ¿Por qué? Ya hemos dicho que cada caso es diferente, pero el hecho es que la mayor parte de los casos tienen que ver con historias que le han contado sobre la 1ª vez: que si duele, que si hay que romper el himen, que si se sangra un montón, que si... Historias que le meten a una el miedo en el cuerpo, lo cual hace que una vaya llena de pánico. Y este miedo es el que hace que ella se cierre. Y que al intentarlo, le duela. La desinformación, los prejuicios y el miedo a la «primera vez» tienen un efecto destructivo y demoledor sobre el encuentro sexual.
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De manera que si por cualquier razón la mujer siente dolor -o simplemente miedo a que le duela-, esta musculatura se contrae fuertemente, de modo que cualquier intento de penetración resulta doloroso. En estas condiciones, la penetración es imposible. No te culpabilices. Realmente es imposible.

Tal vez podrías pensar que vaya faenita la de los músculos de marras, pero te equivocarías. Porque esos son precisamente los músculos del orgasmo. Ellos son los que palpitan generosamente a medida que se va inflamando tu deseo, y ellos son los que hacen tus delicias y te retuercen de placer cada vez que te corres. Sola y en compañía. Así que no te enfades con ellos. Pide ayuda, aprende a controlarlos y luego ya disfruta de ellos.

Y después de que ya le ha dolido la 1ª vez, el miedo a que le vuelva a doler le lleva de nuevo a cerrarse. Y así una y otra vez. Sin poder salir nunca del atasco. Siempre con miedo y siempre con dolor. O sea, con miedo al dolor. Y resulta que el miedo al dolor tiene tanta fuerza como el dolor mismo.

El himen

El himen es una membrana muy fina, porosa y muy elástica que rodea la entrada de la vagina y cuyo objetivo es proteger durante la infancia de posibles infecciones a través de la abertura vaginal. En la adolescencia, las hormonas se hacen cargo de esa protección y el himen deja de tener razón de ser. Por eso, hay veces que se abre apenas con un pequeño movimiento, o cuando inspeccionas en tu vagina para conocerte por dentro, o simplemente al usar los tampones.

A veces se habla del himen como si hubiera que romperlo, perforarlo, casi taladrarlo. Y sin embargo, hay muchísimas mujeres que ya antes de tener su primera relación sexual de penetración su himen se ha abierto. Y muchas veces sin que ella haya llegado a darse ni cuenta. Y sin que ni siquiera recuerde haber sangrado por ello. ¿Pero no decían que...?

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Si bien es cierto que en algunas mujeres el himen es algo más grueso y no termina de abrirse espontáneamente en las relaciones sexuales, por lo que seguir esperando más tiempo no resuelve nada.

Por tanto, no hay motivo -ningún motivo- para tenerle miedo a esa primera vez. En la inmensa mayoría de los casos esas historias de dolores que te han contado se deben a los miedos que te meten en el cuerpo. El miedo hace que -instintivamente- la mujer se defienda, se proteja. O sea, que se cierre. Sin darse ni cuenta. Y de ahí vienen los dolores: por el hecho de tener miedo y cerrarse. Y claro, tratar de penetrar estando cerrada... Pues eso, que ves las estrellas.

Qué hacer ante el vaginismo

¿Qué hacer? Pues pedir ayuda.

Son muchas las parejas que acuden a consulta después de varios meses -o incluso varios años- intentando la penetración. El problema siempre es el mismo: al intentar la penetración, a ella le duele. Lo intentan una y otra vez..., pero le duele. Durante el juego sexual están bien, a gusto, relajadas, pero en cuanto se ponen a intentar la penetración, todo cambia: se ponen tensas, nerviosas, sudan... y se «cierran». Ellas desean la penetración, la desean con todas sus fuerzas, pero... se cierran. Y les duele. Y lo vuelven a intentar. Y les vuelve a doler.

El denominador común es el dolor. Y el miedo. El miedo a que se repita lo de la vez anterior. Y lo de las anteriores... La relación sexual se convierte en forzada y dolorosa. Por lo tanto, temida. Los músculos que rodean la entrada de la vagina se contraen involuntariamente de tal manera que es imposible introducir el pene. Es una respuesta refleja que imposibilita el coito y es vivido con gran preocupación y ansiedad por ambos miembros de la pareja. La penetración duele y se hace imposible. En un primer momento genera confusión. Se intenta de una y mil maneras. Nada. Entonces ambos se dan una especie de tregua, esperando que el tiempo ponga remedio a la situación. Tampoco. Mientras, los intentos se van distanciando. Cada 2-3 meses. Los años van pasando y como ello les imposibilita tener hijos, el sufrimiento se acrecienta. Es una situación desesperante. Lo que en realidad les ocurre es que al intentarlo, cierran su vagina a cal y canto. Por miedo al dolor. Desean la penetración, quieren relajarse, abrirse, pero no saben cómo hacerlo. Y resulta imposible.

El caso es que necesitan ayuda. Una ayuda real, profesional. No basta con darles una palmadita en la espalda y decirles: "No te preocupes y relájate". ¿Que me relaje? ¿Pero cómo? Necesitan ayuda.

Se trata de situaciones que despiertan gran ansiedad
y que te hacen pensar que estás «mal hecha»,
que tal vez tengas la vagina muy pequeñita,
que nunca lo conseguirás.
Y sin embargo, son casos que, afortunadamente, todos se resuelven bien.
Sí, todos. Por mucho tiempo que lleven.
Y de la manera más simple.
Y en apenas un par de meses.
Los resultados son realmente espectaculares.
Basta con reconocer que necesitamos ayuda.
A pesar de ser muy espectacular y despertar una gran ansiedad en ambos,
si se pide ayuda su resolución es sorprendentemente sencilla y rápida.

Si este es tu caso, si padeces de vaginismo, si también a ti te ocurre que cada vez que intentas la penetración te duele y no puedes hacerlo, no dudes en pedir ayuda. No lo dudes. Te sorprenderás. No tiene sentido seguir así más tiempo. Bastante has pasado ya. Si recibes una buena ayuda, en apenas 2-3 meses lo habrás resuelto. Aunque te cueste creerlo. En la Clínica Askabide llevamos 30 años resolviendo casos de vaginismo. Sabemos de qué estamos hablando. Pide ayuda y olvídate -para siempre- de los dolores. No estás mal hecha. No eres un perro verde. Únicamente necesitas una ayuda. Te sorprenderás.

Si tienes problemas de vaginismo, puedes ponerte en contacto con nosotros o acercarte a la Clínica Askabide, para pedir cita y ayudarte lo antes posible. Llevamos más de 30 años ayudando a nuestros pacientes

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